Comentario
Para cofradías penitenciales vallisoletanas realiza, desde 1612, obras en las que continúa el tipo de paso procesional que había creado su maestro, Francisco Rincón, consistente en componer escenas con varias figuras de tamaño natural. El primero de la larga serie que hizo representa el tema Tengo Sed (Museo Nacional de Escultura); en el Camino del Calvario (1614) fija el modelo de lo que será esa escena a partir de entonces. No se deben ver estos pasos como obras de escultura en un sentido estricto, porque los valores que prevalecen son los espectaculares. En la calle estas imágenes de Gregorio Fernández constituyen el trasunto de una fórmula magistral.
Los esfuerzos de los sayones por aumentar el sufrimiento de Cristo son deliberadamente exagerados, en la versión más primaria y sádica que se pueda concebir. Además, al componerse las figuras al aire libre se acentúan las actitudes y los rasgos; la bondadosa mirada que Cristo dedica a sus verdugos resulta convincente por entero. En esta composición la Verónica y el Cirineo, rodeados de desesperación humana, nos enseñan cuál es el rostro del dolor en los espíritus delicados. Compelido por la cultura dominante, Fernández antes debió informarse en profundidad de los símbolos, de los vestidos, de los adornos y de todo dato que le facilitase reproducir con fidelidad histórica la escena. Cada uno de los protagonistas del Camino del Calvario representa un valor universal: Simón es el hombre humilde capaz de darnos consuelo; el Cirineo, hombre de resolución rápida, nos invita a la acción: al tener destacados dos puntos de vista muy claros, en la procesión, cuando el espectador le observa de frente al aproximarse a él, siente la necesidad de esperar a que avance para girar la cabeza y continuar viéndolo por detrás, de espaldas, que es el otro punto de vista dominante de la figura; la Verónica simboliza la tierna delicadeza pasiva de la mujer.
De 1616 a 1620 se entrega a acentuar la expresividad de los ropajes, en una vuelta a aquellas formas de la escultura flamenca del siglo XV. No sólo en ciertos aspectos formales se produce una vuelta atrás durante el siglo XVII, sino también en los temas, entre los que vuelven a ser preponderantes los episodios de la Pasión. El maestro Gregorio, con método muy personal, viste las imágenes con un habilísimo juego envolvente de telas y aquí es donde el artista sitúa los máximos valores plásticos. A la vez, refuerza aún más el naturalismo de las anatomías y las cabezas parecen retratos individuales, sacados de gentes humildes que encuentra por las calles.